Con origen distinto, pero con efectos similares, la violencia está cobrando la vida de inocentes a escala mundial. Su uso por la delincuencia organizada, por grupos extremistas, y por el propio Estado, siempre tiene una razón que, a su juicio, justifica los daños colaterales que se traducen en vidas de inocentes.

En casos como México, la violencia se ha expandido como consecuencia de una fallida guerra contra la delincuencia organizada, que creció al cobijo de la propia clase política, y que en casos extremos se coludió con la misma. En el caso de Francia, la violencia reciente es una expresión de grupos extremos, a los que Europa en conjunto no ha sabido identificar, escuchar o integrar.
La respuesta a la violencia en ambos países es, sin embargo, significativamente distinta. Cincuenta jefes de Estado, y la manifestación silenciosa más grande en la historia europea, después de la liberación de 1945, fue la respuesta política y social a los atentados ejecutados por extremistas islámicos en contra de los principales colaboradores del periódico Charlie Hebdo, y una tienda comunitaria judía.
Varias comisiones, declaraciones tardías, un decálogo, una centena de detenidos, los restos de uno sólo de los estudiantes de Ayotzinapa, y varias manifestaciones aisladas, ha sido la respuesta de México a la violencia creciente en nuestro país.

Con las reservas que amerita el origen de ambos sucesos, destaca de la reacción francesa lo siguiente:

  • El legítimo, profesional y oportuno uso de la fuerza, a través de los cuerpos policiacos franceses, para evitar de inmediato actos que cobraran más vidas.
  • La convocatoria, que inicialmente fue promovida por los partidos políticos franceses, inmediatamente fue rebasada ante la suma de otros jefes de Estado a nivel mundial, todos los poderes públicos, sector privado, y sociedad en general, cuya respuesta a expresar su malestar rebasó con mucho el llamado inicial partidista.
  • El mayor legado histórico que dejará la manifestación francesa a nuestra, y las futuras generaciones, será haber reunido en un sólo espacio y momento las más diversas nacionalidades y creencias religiosas, lo que denota la convicción social y política, que las víctimas de la violencia somos potencialmente todos.
  • La manifestación envía un mensaje a todos los extremos: toda la clase política responderá de manera unificada y con el aval social, a cualquier intento de violentar la vida pública y confrontar la sociedad.
  • El respeto y reconocimiento que los jefes de Estado y la sociedad francesa evidenciaron a los cuerpos policíacos y de seguridad durante la manifestación dejo ver, no sólo la profesionalización de los mismos, sino la certeza y ética que rigen su actuación.

En México varias voces se han levantado en diversos momentos por la paz, por la no violencia, contra la corrupción, para frenar la delincuencia organizada, etc. Lo cierto es que el formato siempre es el mismo: la clase política escucha pero no se involucra, no se hace parte de esa sociedad que representa.

Ve a distancia el encono social que crece como espiral, con temor a estar del lado de las víctimas y pensando, equivocadamente, que los costos de las omisiones de su actuación siempre recaerá en los otros.
En nuestro país todavía no rebasamos los intereses particulares para hacer un frente común a la corrupción que permite la impunidad y viola los derechos humanos fundamentales a la vida, al libre tránsito, y a la libertad de expresión de sus habitantes, por decir los más evidentes.

Francia es cuna de los derechos humanos y hoy ha demostrado que está dispuesto a defender los principios de fraternidad, libertad e igualdad que pregona. En México la sociedad civil parece avanzar sola, a contraflujo, abandonada.

Francia tuvo una lamentable lección en los recientes atentados, y su respuesta será ocho columnas mundial estos días. México sigue sin encontrar a sus estudiantes, a sus periodistas, a sus mujeres, a sus migrantes…¿qué nos falta para respuestas contundentes?